La misma noche del debate caía la niebla sobre Stanford, los paneles luminosos perdían su sentido y la estrategia de huida de los atracadores se veía ennegrecida por todo aquello. En aquel ambiente ostil me vi obligado a imaginar el camino. Oí los gritos del asesinato que al día siguiente sería portada de los periódicos locales y segunda plana en algún telediario, y seguí caminando hasta llegar al depósito de tranvías. Allí me paré y decidí reposar el reposo. Monté en el primero de la mañana, o tal vez de la noche, y emprendí camino hacia la Avenida Central. Allí estábamos los dos, pero la niebla esta vez tampoco nos dejó ver.
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