martes, 23 de junio de 2009

La rebeldía

¡Qué rebeldía!

Te dije que no te quemaras, ¡qué te ibas a quemar!
te dije que no saltaras, menudas piernas de algodón...
Me contaste que ibas a la guerra,
suerte que te resignaras antes de que me enviaran el roble rectangular.

Las hojas eran campos de fresas
pero tú decías que eran sólo hojas.
¡No me dejaste quedarme en mi cosas!
Que de pena no vivo solo podría decirlo yo.

Abortos de rosas, miel de rumiante, casos perdidos.
Suelos de escarcha en bailes de salón,
balas perdidas en mundos de paz.
Paz, paz escondida.

Envía, envía lo que quiero recibir.
Es cierto, sólo deseaba un ingreso en mi cuenta corriente.

jueves, 11 de junio de 2009

Josefine

Yo tenía 7 años cuando fuimos a ver el mar por primera vez. Nunca antes lo había visto con mis propios ojos pero era como imaginaba. Ella me preguntó que si sabía quienes eran los peces, los animales que poblaban esas inmensas aguas. Asentí mientras pensaba: "¡No soy tan idiota, tengo 7 años! El mar también está en los libros..."

Ella había cumplido los 70 hacía más de un lustro y aún siendo una mujer contratada por la familia me había acompañado en mis quehaceres diarios en todos y cada uno de los días que transcurrieron desde mi segundo cumpleaños, o eso cuentan.

Murió tres años después de aquel primer viaje al mar. La fui olvidando progresivamente. Entré en la pubertad con unos leves pensamientos sobre su persona y me acerqué a la mayoría de edad veraneando una vez al año en unas orillas que, por juicio de mi cerebro, parecían haberse tragado la relevancia de ciertas cosas pasadas.

Un día comí mantequilla de cacahuete pensando que eran tacos de turrón blando. De repente recordé que odiaba esa mantequilla. Ese día me gustó. Ella siempre defendía con ilusión y fervor la mantequilla de cacahuete que se hacía en su pueblo, una aldea que rodeaba un embalse natural de la costa oeste del país. Desde ese día comencé a recordar. Recordé el sonido de su flauta todas las mañanas para despertarnos, cada día elegía la melodía perfecta para recibir al nuevo día, según la hora, el tiempo...Recordé el sudor por su espalda mientras nos llevaba de aquí para allá y su mirada paciente ante cualquier situación de lloro infantil desenfrenado. Rememoro sin esfuerzo cómo cada Navidad sus regalos se acompañaban de un sobre verde y rojo que contenía un poema infantil. Aún recuerdo que me importaban más sus versos que el regalo al que acompañaban, algo impropio para la edad. No necesito hacer esfuerzo para que vengan a mi esas palabras:

Para el pan, el panadero,
para la fruta, el frutero,
para el sol, el sombrero,
para la lluvia el chubasquero,
para no perder el dinero...¡el monedero!
¡A ver quién compra primero!
Josefine.

miércoles, 10 de junio de 2009

martes, 9 de junio de 2009

La chica de cara triste

La chica de cara triste ya conoce Noruega y Jamaica. Domina los conceptos de puerta de embarque, overbooking... Sabe esperar día y medio en Toronto para enlazar hacia su destino, en el otro lado del mundo. Domina las miradas de los aeropuertos, los pasos leves y rápidos, las lágrimas de muchas historias que en un segundo la atraviesan y se le escapan sin capacidad para reflexionar sobre ellas, sin tiempo para absorverlas e incorporarlas a su catálogo sentimental, para poder discutir consigo misma en el caso de encontrarse ante una situación similar.

Lachicadecaratriste también se cansa en los vuelos transoceánicos o transeuropeos. Ella lee libros de señores adinerados que juegan al poker y apuestan mansiones en la costa de Sudáfrica.

Lachicadecaratriste tiene un dominio .com. Sus 365 (+1) son delante de la pantalla, más horas de las que duerme pasa frente al plasma televisivo. Estudia magisterio y sus padres están felices de la compañía progenitora. Siempre viajan juntos. Tiene los oídos algo dañados por el exceso decibélico, su grupo preferido hace mucho ruido. Nunca fue a verlos en concierto.

No conoce a sus vecinos, tiene media amiga en la universidad. Pero lachicadecaratriste conoce Noruega y Jamaica, eso no hay que olvidarlo, tampoco que no conoce a sus vecino, ah, y que tiene media amiga, en la universidad.

viernes, 5 de junio de 2009

Retrospectiva polinizadora

El rock es fidelidad y transgresión. Quien no es fiel a su banda es un nómada con canciones que nunca madurarán, que siempre serán buenas pero que se quedarán con el gusto y el placer en los dientes de verse evolucionar hasta puntos insospechados, de reafirmar su condición de melodía seductoramente rockera y de punteos armoniosamente satánicos. El rock también es transgresión, la misma transgresión que separa y que une, que en ocasiones modula y triangula las canciones de manera tan rápida que escapa de la fidealidad y que consigue que una banda se mire a los ojos y sepa lo que cada uno está pidiendo del que tiene al lado. A veces ambos factores se unen y surgen maravillas, surgen espontaneidades duraderas y metamorfosis apocalípticas que durante años, nos estremecen y nos hacen sentir que aún queda sensibilidad dentro de cada uno de nosotros.

M.P.


Gracias a la autorregulación neuronal, a la cantidad de neurotransmisores que cada una de nuestras neuronas emite, cada mente funciona de un modo o de otro.

Uno de estos tipos es la mente de la disconformidad, la mente del nerviosismo, del pensamiento constante, de la necesidad de superación, de la charca pisada: la misma que uno pensó que iba a ser un océano. Es como poner dos puntos después de una serie de comas, literariamente hablando alguien podría venir a torturarme por dicha actuación y culparme de asesino varonil de la sintaxis más ortodoxa y...¡yo no quiero eso!.

Si la cosa consiste en dejar corazones calmados yo no puedo presumir de tener un Honoris Causa. A Causa de todo esto a veces llegamos a puntos de retrospectiva febril, a plantearnos cada paso como si fuera la carrera de nuestras vidas, a no darnos cuenta que la margarita que se pisa sin querer volverá a renacer a la mañana siguiente con los primeros rayos. Ahora me paro y reflexiono sobre la necesidad de un equilibrio más mundano, unos textos menos refinados, más alejados de la complejidad que supone cada momento. Es obvia la necesidad de adaptarse al lector, que aunque sean pocos y silenciosos, son de diversos puntos del planeta y con distintas acumulaciones culturales (puesto que la cultura no puede ser definida en una única dirección).

Espero poder encontrar, por tanto, ese puerto del que hablamos (escribimos y leemos).

Lo dice Marcelo Parco.