Aquel cumpleaños infantil me
obligó a salir fuera a fumar.
El mechero, ya carente de sus
primeras cualidades, hizo que se me helaran las
manos y uno tras otro los
cigarros ya encendidos caían en la densa nieve,
formando pequeñas marcas
similares a disparos de hormigas. Sonriendo por lo
absurdo de la situación decidí
entrar de nuevo en casa. Los niños habían tomado
el poder y yo era el rehén de
aquel ejército de hormigas nerviosas. Espero que
me sepan entender.