jueves, 8 de diciembre de 2011

Los kilómetros son plumas. En Cincinnati me paré a pensar sobre todos los ríos descendidos y bueno, el bar Las Vegas ayudó. Cuando el sueldo de un par de meses se esfuma en un par de noches es para pararse a cantar un soul el cual, como no podía ser de otra forma, acabé en forma de punteo de country. Abriendo las ventanas del día hasta que me encontré con todos aquellos en lo más alto de la llanura. Ringo me contó todos sus secretos durante al menos medio minuto y juntos terminamos drogando a la mañana haciéndole creer que estaba atardeciendo, y vuelta a empezar por cuarto día o segunda mañana, o quinta noche. Finalmente llegamos hasta el desierto nevado y húmedo y cantamos durante algún rato en el vacío absoluto, sin oxígeno. Frederic me llamó para que le ayudara a componer algo en ese, mi último día del primer comienzo y yo, como no sabía decir que sí le dije que tal vez, algún día. Viajamos en tren hasta la frontera artántica y jugamos a la paradoja diciendo las cosas claras, tú me mirabas mientras yo me probaba un parche biocular, tú me empujabas cuando yo ya me había ido. Yo ya estaba en Tijuana bailando rythm and blues con un amigo que acababa de conocer y que me hacía recordar a un pimiento verde, tal vez por el color rojo de su nariz izquierda.

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