sábado, 1 de agosto de 2009

Un jueves después de un viernes

(¿Para qué guardar lo que tengo para dar?)

Un jueves después de un viernes

Te pegas. Despégate. Es una orden. No habrá violencia. Ya sabes que sé te puede más lo mental. Ya lo sé, aún así no sería capaz. Lo sé, no se me pasó por la cabeza, sólo por la lengua, bueno, por la cabeza sí, pero apenas era un mero pensamiento, algo leve. Vale, puedes quedarte, pero no vayas luego diciendo que te permito hacer cualquier cosa, sólo son cesiones de libertad que cada cierto tiempo me puedo permitir. Son importantes las distancias en una relación, lo decía mi madre siempre que veía que me iba a echar novia. Ya sé que las viejas teorías no siempre son ciertas, lo sé. Sí, sí que te quiero, no es eso. No me hagas reflexionar acerca de lo cerca que estamos a veces de ser cualquier otra cosa que una pareja. No sé. Ya, no me lo repitas. Bueno, a veces me gusta, a veces no. ¿Quién eres? Perdona, desvarié por segundos, sí, podemos ser amigos, digo, pareja, vale, pégate aquí, en el costado, ah, de acuerdo, si prefieres el hombro puede ser el hombro. Sí, eres lo mejor que me ha pasado nunca, jamás lo puse en duda, nunca te separes de mí, mi amor, mi idílico amor, desde que te vi bajar por esa vereda siempre pensé que seríamos lo que somos. ¿Qué haces encima de mí? No me puedo creer que no te hayas enterado de que no te quiero. Piérdete, vete por dónde has venido. No, por favor, no llores, ya sabes, las distancias, lo decía mi madre. Vale, vale, no haré caso a la tradición. De acuerdo, quédate.