miércoles, 13 de enero de 2010

Fragmentos

Es extraño pasar por calles bien conocidas sin pensar tan siquiera nada, ni hacer un poco de memoria. Son aquellos tiempos en los que la mente no se coordina con el corazón y el ritmo vascular no se reconoce como veloz ni como parado. Las cosas pasan sin más y se quedan en entrañas de dentro del sentimiento del conjunto corporal: parecen como encerradas cual muñeca rusa observadora y maquillada. Muchos espejismos pueden terminar por confundir al oasis real, cuando se tiene sed no es solución posible emborracharse, sería como engañarse a uno mismo a través del tiempo, puesto que las horas nos devolverán a un estado peor que el inicial (y sólo nos referimos a la sed).


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Sentimos nostalgias de la nostalgia, recogemos murallas de locuras cuando se nos viene encima la realidad, maldecimos a la maldad detrás de aquel paredón, perjuramos noticias que van a llegar, truncamos algunas puertas solo para que no pase aquel hombre barbudo que nos asusta...


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Y después de la hora de la verdad llegó la mentira. Era simpática y venía bien maquillada. Juntaba cartas en sus mangas, pero ninguna era un as. Tras la apuesta final se levantó y se fue. Nosotros arruinados, no era dinero sino algo más que nunca llegamos a entender (realmente). Después nos fuimos percatando poco a poco, pero era ya un poco tarde para pedirle cuentas. En la habitación seguían las cartas en el suelo, residuos de una moratoria que nunca quiso quedarse.

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