domingo, 16 de octubre de 2011

Aprendimos de los árboles sobre la constancia y la renovación,
de los pájaros sobre los retos humanos,
de las luciérnagas acerca de la ausencia de milagros.
Puede que la paja nos recuerde qué es la materia y qué el peso.

Juramos gracias a las nubes que lucharíamos por ver el sol
y nos paramos en el camino dos o tres veces por semana al despertar en días nublados.
Perdimos la noción de los cánticos de mermelada
que los jornaleros parecían haberse inventado al nacer.

Muere, muera la pena de los felinos endogámicos
que perduran en la estética masiva.
Andalucía de las castillas y de su culo culé,
pare la máquina de romper alegrías, jure un poco sobre la real felicidad.

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