martes, 18 de octubre de 2011

Destilando nenúfares

Muchos ayer decían (y hoy continúan) que ellos se aunaban por el perfeccionismo, en una dura lucha por lo que no existe, en un duelo de espadas por lograr lo ideal. Ayer, se aferraban a un soportar montañas entre pecho y nalgas, en pro de la mejora total y constante. Hoy, tantas voces siguen rondando un semicírculo de ideas que se pierde en todo el humo de las avenidas de Nueva York y, al final, como mantequilla en sartén, hacemos (algunos) reverencias a los sordos o, perdón, quise decir a los mudos. No se me alteró la arteria cuando todos me perjuraron conocer el verdadero camino (verdadero) de la felicidad, la artesanía cara o el día a día anticiclónico y sin contaminación. Me importa menos de lo que me preocupa: el diálogo volátil feromónico, la jornada infinita llena de pequeños nubarrones o la prisa maldita del conejito y el reloj. Saltando en nenúfares quemo autobuses mientras lleno botellas con destilados aún por inventar.

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