tu estabas esperandome durante unas cuantas horillas,
absorta por jilgueros y runruneos propios del final de la tarde.
Con tu abrigo dorado y tus secretos bien guardados,
sin mirar el reloj, sin dudas de mi llegada.
Yo. Saltando entre piedras.
Algún resbalón. Alguna levantada.
Juntos fuimos río abajo,
a donde se acaba el hilo y empieza el traje,
allí donde las gotas se hacen incontables,
donde el ahora, momento, now, es, sin tapujos, LA REALIDAD.
Y poco a poco, escribiendo canciones prohibidas,
redacté una carta de amor para los presos libres,
para los que salieron a la mar con barco y sin vela
para los que creen estar vivos pero sólo luchan por respirar.
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