lunes, 17 de diciembre de 2007

Mi pequeño mundo paralelo (II)

Creo recordar debatirme entre dos títulos que dieran fuerza al texto...el segundo venía a ser "Tu mirada constante".
Para sorpresa de Bryan no hubo alaridos por mi parte, no colgué repentinamente ni le insulté aún a sabiendas de que él no era responsable de nada y que sólo quería ayudar. Sólo hubo un pequeño silencio, seguido de una afirmación: “Sí, lo sé, creo que llevas razón. Aún así debo de pensar sobre ello”. Colgué.

Necesité casi diez minutos para dejar de mirar el mismo punto en el suelo. Creo recordar queme sentía abatido y confuso, triste y sin recursos ante la situación que se me presentaba. Tenía claro que no quería aceptar ese empleo, que quería seguir luchando por lo que siempre había querido lograr pero, por otra parte, estaba llegando al momento en el que mi situación personal era desastrosa e insostenible.

Terminé de escribir mi último pedido, una separata con editorial sobre el cambio climático. No era ni mucho menos un especialista en la materia pero la actualidad incesante del tema me permitía partir con cierta base en el tema, sumando aportaciones de libros y revistas actuales, habiendo conseguido adquirir unos conocimientos bastante aceptables para, incluso, opinar con cierto rigor y coraje acerca del tema. Mi visión no era fundamentalista desde ninguna de las posiciones posibles aunque, estaba claro, que algo estaba cambiando de un tiempo a esta parte en el planeta y requería de una solución más o menos urgente. Otra cosa es que alguien se molestara en mover un solo dedo.

Cuando cerré el portátil me di cuenta de que los pequeños trabajos que tenía pendientes se me habían acabado y que el dinero que recibiera por ellos no me daría para vivir más de dos meses, comiendo cualquier cosa claro está. Intenté ser positivo y sumé a ese dinero el que, con un poco de suerte, recibiría por los artículos que escribiera en el caso de que me llamaran algunas revistas a última hora para tapar sacos rotos de último minuto. Tres meses, ese era el tiempo que como mucho podría sobrellevar todos los gastos que la vida de hoy conlleva, a pesar de ser la persona menos consumista que conocía.

Terminé mi reflexión siendo cruel conmigo mismo y, quizás, sincero. Me dije que era un escritor devaluado, que ya no era el mismo, no era el joven Kevin que recibía mis felicitaciones por parte los dirigentes del New York Times porque un joven de tan sólo 22 años, sin estudios de periodismo, pudiera escribir de aquella forma y además publicar una media de 10 artículos diarios en distintas publicaciones de más o menos prestigio.

Cogí el teléfono. “Sí, acepto, mañana a las 5 de la mañana estaré allí”. Saqué el mono de trabajo que me regaló mi padre con enorme ilusión cuando cumplí dieciséis años: pensaba que heredaría su empresa con orgullo y tesón desde el primer momento en el que la legalidad vigente me lo permitiera. No fue así. Creo que aún piensa sobre ello cada mañana, y cada noche.

Fueron dos semanas que bien podrían ser definidas como un choque frontal con una de las realidades del día a día de muchas personas. Ignoraba esta situación, la del trabajador incesante, me hizo darme cuenta de que a pesar de mi aparente cultura no conocía la realidad de una gran parte de la sociedad que me rodeaba, que me había perdido en un mundo paralelo, no se si más o menos real que el que estaba viviendo en ese momento, pero, estaba claro, que completamente diferente.

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