martes, 12 de junio de 2007

Categoría especial

Hacía un sol abrumador. El día antes había visto morir a uno de sus compañeros, presumiblemente por el desmesurado esfuerzo. Cada curva se hacía más angosta y más temible y aunque los carteles de la carretera indicaban que el desnivel iba decreciendo su cuerpo no le decía eso. "Todo tiene un límite" pensaba cuando veía pasar a una maraña de ciclistas a su lado sudorosos...el ya no sudaba, era demasiado el esfuerzo.

A punto de dejarlo todo, de darse por perdido, un grupo de aficionados se miraron entre sí y comprendieron que el deportista necesitaba vítores de ánimo. Así fue. Esos gritos, esas gotas de agua fría que brotaron de las botellas en movimiento le dieron alas, su cadencia se volvió fluida y su ritmo constante y aceptable. En unos minutos estaba en la cima, en la línea de meta.

Llegó el último, o eso dijo el chip electrónico incorporado en la rueda delantera de su máquina. Años más tarde se dio cuenta que ese sufrimiento y aguante le hizo llegar el primero, el primero de los sinceros.

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